Rihanna fue tendencia otra vez. No por su música, su talento o sus negocios millonarios, sino porque algunos en redes comenzaron a preguntar si estaba embarazada. Como si su cuerpo fuera una noticia. Como si ser madre desmereciera su carrera. Como si opinar sobre su cuerpo fuera un derecho adquirido.
Lo mismo pasó con Selena Gómez. Hace un tiempo aumentó de peso a raíz de un tratamiento para el lupus, una enfermedad crónica. La respuesta en redes fue cruel. Comentarios despiadados, memes, especulaciones. Como si su valor estuviera atado a su talla. Como si no tuviera derecho a cambiar.
Pero esto no es solo sobre mujeres. Brendan Fraser fue una estrella de Hollywood, el héroe de acción de los ‘90. Luego de denunciar un abuso sexual, de sufrir múltiples lesiones físicas filmando películas, de pasar por divorcio y depresión, desapareció del radar. Su cuerpo cambió y sufrio el peso de Hollywood. Cuando volvió con"La Ballena", muchos aplaudieron… y otros tantos lo destruyeron por su aspecto. Como si la tristeza dejara el cuerpo intacto.
La verdad es que no hace falta ser Rihanna, Selena o Brendan para que eso duela. A veces es un chiste entre amigos, una mirada en la calle, un comentario de un familiar. Todos, en algún momento, sentimos el peso de no encajar. De ser mirados como si estuviéramos “mal” y eso lastima.
Las redes sociales amplifican todo. Lo bueno sí, pero también lo más oscuro. El anonimato da valentía para herir. La viralidad transforma el dolor ajeno en entretenimiento. Y olvidamos, tan fácil, que del otro lado hay una persona real.
Esta nota no es para defender a celebridades con millones. Es para recordarnos que, seamos quienes seamos, todos somos vulnerables. Que lastimar al otro por cómo se ve, se mueve o cambia… es también un reflejo de nuestras propias heridas.