Contra todo pronóstico, contra las apuestas y las estadísticas, con la lógica desarmada y el corazón por delante, Boca Juniors salió a jugarle de igual a igual al Benfica, el coloso portugués.
En un estadio teñido de azul y oro, con su gente haciendo sentir la localía aún en tierras ajenas, el Xeneize sorprendió y llegó a ponerse 2-0 arriba. El desconcierto invadió al equipo europeo, que sólo pudo reaccionar tras un penal claro cometido por Carlos Palacios, el reciente refuerzo chileno del conjunto argentino, que la figura del equipo portugues, Ángel Di María cambió por gol.
Miguel Merentiel fue la gran figura: el uruguayo no tiene una bandera que lo honre, pero cada vez eleva más su nivel y reclama reconocimiento, no solo de la hinchada de Boca, sino del fútbol en general. En la defensa, Ayrton Costa, posiblemente la visa mejor usada por el club en mucho tiempo, fue un muro inquebrantable y preciso en cada pase.
El mediocampo, destacado por Battaglia y Belmonte, respondió con jerarquía y no hizo extrañar la salida prematura del español Ander Herrera, que debió dejar la cancha a los 20 minutos por lesión.
El más silbado por las tribunas, Nicolás Otamendi, logró el empate para Benfica y se lo dedicó a los hinchas, en una escena cargada de tensión por su conocido amor por River, luego de la pérdida de marca de uno de los mejores xeneizes, Ayrton Costa.
El 2-2 dejó sabor a poco en Boca. Porque el equipo pudo más, porque jugó mejor, y porque demostró, una vez más, que el fútbol sudamericano no tiene nada que envidiar.
Boca, considerado por muchos el mejor equipo del país, forma parte de un temido grupo junto a dos gigantes europeos, y aun así, se planta con personalidad, jerarquía y entrega. Que nadie lo subestime, porque cuando juegan los sudamericanos, juega la historia, el fuego, y la pasión.
El fútbol sudamericano es el semillero del mundo y queda demostrado en este torneo, representado por los grandes de Argentina y Brasil.