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El viernes por la mañana, en el edificio ISEC Sede Junin se convirtió en un espacio de reflexión y confrontación. En este marco, dos grupos de estudiantes asumieron roles opuestos para representar un debate ficticio pero verosímil: ¿Debe implementarse la pena de muerte en Argentina? Entre discursos encendidos, silencio incómodos y respuestas filosas, emergieron ideas que superaron lo académico y rozaron lo personal.

 

Viernes, 9:40 de la mañana. Afuera, el cielo despejado y frío parecía anticipar el tono tenso que iba a tener la discusión. En el espacio del encuentro, luego de una ronda de debate sobre la legalización de la eutanasia, la moderadora dio la consigna final: “Cada grupo representa una postura. Uno está a favor, el otro en contra. No se trata solo de debatir: tienen que argumentar, persuadir y sobre todo, escuchar”.

 

El primer grupo en tomar la palabra fue el que se oponía a la pena de muerte. Una estudiante rompió el hielo: “Según la convención de los derechos humanos: Toda persona tiene derecho a que se respete su vida”. La tensión se podía sentir en el aire. A medida que sus compañeras y compañeros sumaban argumentos, desde la Convención Americana sobre Derechos Humanos hasta casos reales de personas ejecutadas por error, el salon entero parecía inclinarse hacia la defensa de la vida.

 

Pero pronto el grupo a favor contraatacó con cifras de inseguridad, citas de encuestas de opinión pública y ejemplos de países donde, afirmaron, la pena capital redujo el delito. Uno de los integrantes planteó con énfasis: “¿Qué pasa con sus familias? ¿No tienen derecho a justicia real?”. El comentario provocó murmullos, cejas levantadas y una respuesta inmediata desde el otro grupo, que lo acusó de confundir justicia con venganza.

 

El debate fue escalando. Se cruzaron menciones al sistema penitenciario argentino, a la selectividad de la justicia y a casos emblemáticos como el de Robledo Puch o los linchamientos mediáticos. El aire se volvió denso. Algunos hablaban con pasión, otros tomaban apuntes o buscaban en sus celulares datos que reforzaran sus posturas. Hubo interrupciones, momentos de silencio absoluto y gestos de incomodidad.

 

Sin embargo, a medida que avanzaba la discusión, algo se transformó. Los discursos dejaron de ser puramente teóricos y comenzaron a incluir vivencias personales, posturas éticas más profundas y preguntas sin respuesta. ¿Puede el Estado matar? ¿Hasta qué punto castigar repara el daño?

 

La moderadora intervino en el debate. “ Esta discusión es interminable” debido que habría que analizar otros sectores que funcionan como factores a la hora de tomar decisiones, dijo hacia el cierre de la clase.

 

A las 11:20, cuando el debate terminó y el recinto se desarmó lentamente, muchos estudiantes se quedaron conversando. La simulación había concluido, pero las preguntas seguían flotando. Tal vez ese fue el mayor logro de la jornada: comprender que detrás de los discursos, los artículos y las estadísticas, hay algo mucho más difícil de manejar que el derecho o la ley. Hay vida, hay muerte, y hay decisiones que, una vez tomadas, no se pueden deshacer.

 

 

Redactores: Alvarengo Romina, Latour Abril, Pedroza Lucia, Pinalli Constanza, Piñeiro Chiara

 

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