El 10 de mayo de 2015, Chiara Páez, de 14 años, fue asesinada por su novio en Rufino. Su nombre se convirtió en bandera y su muerte, en catalizador. Diez años después, la lucha sigue y el Ni Una Menos late en cada marcha, en cada cartel y en cada mujer que dice basta.
Lo que hizo que ese crimen no quedara sepultado bajo el polvo de la impunidad fue el hartazgo. La bronca acumulada. El miedo de vivir con miedo. En redes sociales empezó a circular una frase que se convertiría en movimiento: #NiUnaMenos. Lo que era un pedido se volvió marcha. Lo que era dolor se volvió grito.
El 3 de junio de ese mismo año, más de 200 mil personas salieron a la calle frente al Congreso bajo la consigna: “Ni una menos, vivas nos queremos”. Fue el principio de una nueva etapa. Una etapa donde el feminismo se convirtió en actor político, donde la violencia de género empezó a ocupar el centro del debate público y donde cada femicidio dejó de ser solo una noticia para ser también una pregunta incómoda: ¿hasta cuándo?
Hoy, diez años después, el nombre de Chiara sigue presente. No solo en el recuerdo de quienes la quisieron, sino en cada pañuelo, en cada mural, en cada joven que entiende que el amor no duele y que el silencio mata.
“Chiara no murió en vano. Su muerte nos abrió los ojos. Nos unió. Nos hizo salir del letargo”, dice Mónica, una de las amigas que la recuerda desde Rufino. “A veces me cuesta hablar de ella, pero también siento que hablarla es una forma de que siga acá”.
Desde 2015, más de 2500 mujeres fueron víctimas de femicidio en Argentina. La cifra estremece. Pero también hay una respuesta organizada, una red de mujeres que ya no calla, que se acompaña, que denuncia, que transforma.
A Chiara la mataron hace diez años. Pero lo que nació con su nombre todavía vive. El Ni Una Menos no fue solo una marcha. Fue un cambio de época. Una forma nueva de mirar, de hablar, de no tolerar más. Mientras una sola mujer siga siendo víctima de violencia, el grito seguirá vigente. Porque Chiara somos todas. Porque vivas nos queremos.