El 20 de mayo de 1616, como parte de un pedido que se le hizo a la Corona española, en Buenos Aires se prohibió tomar mate y se pidió hacer todo lo posible para evitar el consumo a la población. Esta medida formaba parte de un ataque contra la costumbre que se había instalado años antes. Las sanciones para quienes no cumplieran esta norma iban desde castigos físicos hasta grandes multas.
El mate logró instalarse como una costumbre y símbolo de comunidad, sin importar tu clase social. Sin embargo, en la época de la colonización, el Gobierno tenía la intención de eliminarlo. Esto comenzó en 1596, cuando Hernandarias, funcionario del gobierno del Río de la Plata y Paraguay, redactó un decreto contra el juego, el alcohol y la yerba mate. El motivo era que se los consideraban vicios de la población.
El foco con la yerba mate estaba puesto principalmente en el noreste argentino y Paraguay, donde se prohibió el comercio con otras regiones y se quemaron toneladas de hojas en espacios públicos.
Diego Marín de Negrón, quien sucedió a Hernandarias en el cargo, continuó con esta línea de pensamiento y envió una carta al Rey Felipe III. Se quejaba porque consideraba que era algo salvaje y que atrasaba. La situación se empezó a agravar cuando eran los mismos españoles los que consumían. Era visto como un hábito salvaje, propio de los pueblos originarios y después como un sinónimo de holgazanería.
A pesar de esta y otras disposiciones gubernamentales que intentaron reducir o abolir el consumo de mate, lo cierto es que nunca tuvieron mucho cumplimiento y el hábito se adaptó y perduró a lo largo de los siglos. La costumbre se impuso tanto que el consumo del mate pasó de ser algo marginal a algo institucional, aceptado y hasta cultural.