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Las tradiciones son costumbres que se van construyendo a lo largo de los años y que atraviesan generaciones. Así como algunas son culturales tales como el dulce de leche, el mate y el asado para los argentinos, hay otras que van más allá de eso. No tienen que ver sólo con la cultura del país sino con cada persona o familia en particular. 

Buenos Aires es un lugar destacado de la República Argentina principalmente por las representaciones culturales que se encuentran presentes en ella y que impulsan a construir y hacer perpetuar las tradiciones. Y en esta ciudad, específicamente en Palermo, se encuentra La Rural, un predio donde a lo largo de los años se hacen eventos que invitan a conocer nuevos mundos que por su magia, crean un hilo indestructible con sus visitantes, quienes esperan asistir con ansias, una y otra vez.

Hace 49 años, todos los otoños se lleva a cabo la Feria del Libro de Buenos Aires, un espacio que convoca a niños, jóvenes y adultos a conectar con ellos mismos a través de los libros y diferentes actividades que allí se realizan. 

En las afueras del predio ferial, el viento sopla fuerte, las hojas anaranjadas vuelan por el aire y su color se resalta por el brillo del sol. Al caminar hacia la entrada de Avenida Sarmiento, se escucha el crujido de las hojas que se encuentran sobre las baldosas y que nuestros pies van pisando a medida que paso a paso nos acercamos hacia la puerta de un universo repleto de letras que nos invaden, nos abren la cabeza y nos conducen a lugares dentro nuestro que todavía no habíamos descubierto. 

Una vez que ingresamos, las hojas desaparecen, el color del piso ya no tiene nada de anaranjado y las baldosas se esfuman. Bajo nuestros zapatos, hay alfombras gigantes que se despliegan por los pabellones y que tienen diferentes colores, dependiendo de la zona en que nos encontremos. El naranja es reemplazado por el rojo, el amarillo, el verde y el azul. El viento ya no sopla y los únicos sonidos que se escuchan son los murmullos de las muchedumbres caminando por los pasillos, las bolsas de plástico en manos de quienes compraron un libro y los gritos de los niños que están por iniciar una nueva aventura. 

Asistir a la Feria del Libro es una tradición para muchas familias, así como vestirse de blanco en año nuevo o tomar caña con ruda el día de la Pachamama. Infinidad de infancias fueron marcadas por las tardes de lectura, juegos y demás propuestas de los autores que traen sus historias con el fin de compartirlas y conocer a quienes las leen, además de por supuesto, brindarles esa posibilidad a los lectores. 

Entre la muchedumbre, podemos observar niños entusiasmados viendo portadas de libros, agarrándole del brazo a su mamá con mucha insistencia al grito de “¡quiero este, quiero este! Dale, compramelo ma”. Y otros tantos que agarran algún ejemplar y se sientan en un costadito a hojearlo o leer un poco. 

Sofía tiene 8 años y le encanta visitar la feria. Siempre va con su mamá, María, quien intenta pasarle el disfrute que en su momento su mamá le transmitió a ella. “Hoy por hoy viendo los libros que son acordes a su edad para que de a poco vaya conociendo nuevos autores, nuevas experiencias y que lo vea como algo más que un mundo de letras y palabras encadenadas”. 

Los libros no son un rejunte de hojas de papel, implican algo más profundo. Son la esencia del autor en plenitud y mediante ellos podemos nutrir nuestra alma, indagar en nuestro interior y abrir nuestra cabeza. Según María, “detrás de cada libro hay una historia real o de fantasía que te abre la mente, que te permite informarte y que te permite crecer como persona”.

Con mucha emoción cuenta: “para mí es una tradición. Hoy tengo 48 años y vengo a la feria desde que tengo 5. Hasta que mi mamá falleció en 2021, tuve el enorme placer de disfrutar con ella cada una de las exposiciones, esperando con ansias cada año que llegara ese momento para venir juntas. Tengo un recuerdo de cuando era chica y había una autora que a ella le encantaba y que se llamaba Poldy Bird. Hacer la cola para esperar la firma del ejemplar era hermoso y encontrarte con la cara de esa persona, detrás de esas palabras que mi mamá me leía cada noche era descubrir el personaje, sacar un poco de la imaginación de esas letras y ver quién era la que lo escribía”. 

En este evento, no solo hay stands de librerías grandes y con un gran reconocimiento, sino que hay lugar para diversidad de editoriales, librerías pequeñas y autores que quizás nunca escuchamos nombrar. Venir implica conocer cosas nuevas e historias de personas que, por ejemplo, definen a la feria como su “lugar favorito”, tal como lo expresa Juan, un profesor de literatura oriundo de la localidad de Avellaneda, que disfruta de esta experiencia todos los años desde que tiene uso de razón. “Para mí venir es salir de mi zona de confort y ampliar mi visión. Me gusta venir solo y que este recuerdo feliz, quede en parte solo para mí, pero también me gusta llevarme algo para contarles a mis alumnos y que ellos puedan encontrar en la literatura algo que les genere tanta felicidad como a mí”, dice con una sonrisa.

Muchas veces, los libros funcionan como un refugio. A través de ellos nos escapamos a otra realidad, una que quizás es más feliz o simplemente distinta. Nos sumergimos en historias que nos dan felicidad, tristeza, impotencia o ansiedad. Nos dan la posibilidad de sentir nuevas emociones, pensar de otra manera y construirnos desde lo más profundo de nuestro ser. 

Cerrando el recorrido por este gran espacio, nos encontramos con Cecilia, una maestra jardinera cuyo amor por los libros reside en la herencia de su mamá, una bibliotecaria que le enseñó la importancia de leer para poder aprender y comprender el mundo. Para ella, este lugar es “un espacio cultural abierto a revalorizar la palabra escrita, hoy más que nunca olvidada por lo inmediato de la imagen. Es crear puentes entre el lector y el escritor y es también revalorizar la oralidad, invitándonos a sentir con los narradores a través de sus gestos, su cuerpo y su imaginación, interpretando y sintiendo cada historia como tantos escritores y narradores haya y como tantos lectores existan”. 

La tradición de disfrutar de la Feria del Libro debe ser cuidada para que le llegue a las futuras generaciones y que estas puedan encontrar en los libros algo que conecte con sus almas, que les brinde sabiduría y que haga crecer su imaginación. Qué mejor que mantenerla e impulsarla en ámbitos como este, donde todo eso se junta y el resultado es enriquecedor para la cabeza y para el corazón.

Este año puede visitarse desde el 24 de abril, hasta el 12 de mayo inclusive en el predio ferial de “La Rural”,  ubicado en el barrio porteño de Palermo. Para más información hay que ingresar al siguiente sitio web:  https://www.el-libro.org.ar/inicio-fel/ 

 

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