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Muchas cintas cinematográficas utilizan los aeropuertos como ese punto de conexión emocional entre los seres humanos. Existen cientos de escenas entre enamorados corriendo tras de sí y declarándose su amor. En otros casos, es el lugar de inicios, de bienvenidas o reencuentros. No es de extrañar que el ser humano asocie este lugar de encuentro para empezar un relato o al contrario terminarlo. 

 

Particularmente en Jorge Newbery, donde cualquiera puede arribar o desembarcar dentro del país, las historias son a veces más sencillas, hasta casi pasan desapercibidas si uno no está atento a las coincidencias de la vida. 

 

Si uno es demasiado imaginativo, quizás se conforme con las historias que crea por sí mismo, tal vez sea más entretenido que las cortas anécdotas que pueda absorber mientras camina dentro del mar de gente, porque eso es lo que pasa cuando uno viaja en las temporadas altas y bien temprano por la mañana; cuerpos pegados, empujándose por quien llega primero al pasillo de espera, olores difusos mezclados con el perfume de prueba en el free shop y el ruido incesante de las ruedas de las valijas al compás de un traqueteo intenso y por completo rítmico. 

Aunque si especificamos,  los típicos personajes que nunca faltan y que por más divertidos que parezcan, una simple observación y la emoción se evapora: El grupo de estudio con destino a Bariloche. Las personas los evitan como la plaga. Tienden a gritar y a ocupar cada rincón del suelo. Separados por grupos y con diferentes colores como en un partido de fútbol, los adolescentes llenan las salas. Sus conversaciones, por el otro lado, comparten el dramatismo de una novela de Jane Austen: “Le dije a Nico que si seguía siendo amigo de ella, le cortaba.” le narraba Julieta, de 17 años, a su grupo de amigas mientras hacían la fila para el baño. 

 

 De forma curiosa, cada persona que viaja tiende a poseer dos mochilas en la espalda, una es la física, la que transporta el mate, los documentos y el librito de autoayuda que pretenden leer en el vuelo. La otra, es la emocional. La que trae esa anécdota, queja o historia que necesita salir a la luz. Puede ser un secreto, si tenes suerte; pero acá es donde se debería  parar a escuchar. Mientras uno hace el check in y maldice la larga cola para pasar a la sala de embarque, las personas empiezan a derramar esa mochila pesada, con sus formas de hablar, moverse e incluso cuando sueltan la valija y se desploman en la silla más dura  en la que te podes sentar. Si es que viajan en familia, los padres primerizos se distinguen a millas de distancia, son los corren de acá para allá para entretener al niño, los que hablan en voz alta y señalan los aviones por cada ventana, exagerando los gestos para que no llore y a los que no les alcanzan las manos por el exceso de pertenencias innecesarias para el viaje.  

 

Le Terminal 2004 Tom Hanks en maître bloqué dans un aéroport plein de rebondissements Cinema Movies

 Pelicula- La terminal (2004)

 

Si seguimos buscando, la pareja jubilada nunca falla; con un pequeño bolso de mano y los pies arrastrándose por las baldosas brillosas del lugar, siempre van discutiendo: “ Te dije que salieramos antes, ahora vamos a perder el vuelo.” refunfuñaba Enrique a su esposa mientras se desplazaban de la puerta dos a la cinco. 

 

Si bien las historias colectivas llaman la atención, las singulares, las que pasan rozando a tu lado o te marcan el camino de la travesía, vienen también en forma de personas. Los funcionarios del aeropuerto deberían consagrarse de espías secretos. Ellos miran, palpan y escuchan todo, pero muy pocas veces hablan o emiten un sonido más allá del diálogo pre armado. Aunque, cuando uno viaja mucho y toma como segunda casa al sitio, empieza encontrar fallas en aquellos rostros: sonrisas indiscretas, revoleo de ojos y suspiros realmente pesados como para pretender no oírlo. Es ahí donde los sentimientos más humanos y ordinarios surgen. No hay que ser muy listo para descubrir cuando uno no te tolera o está aburrido, enojado, cansado. El sin fin de rostros, escenas repetidas, a la larga dejan de ser interesantes. 

Ahora, la travesía de ida, tan estresante como idealista, es completamente diferente a la vuelta. 

Con rostros amargos y en un caminar pausado, las personas atraviesan el aeropuerto en sus propios pensamientos, sin devolver miradas o sonrisas de complicidad. Regresan buscando soledad. 

 

Al final, cuando se cierran las puertas y las luces se apagan, uno casi nunca se entera el porqué o el para qué viajaron aquellos rostros sin nombre, pero como al comienzo, se puede pretender que conocemos la historia completa. Las certezas no importan mucho cuando el avión despega, pero si hay algo que es seguro; el patrón humano de encuentros y desencuentros, idas y vueltas, se va a repetir hasta el día que dejemos de existir. Hasta el momento que dejemos de ser una historia y pasemos a ser una anécdota más. 

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