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El 8 de mayo de 1964, el avión Duglas DC4 – matrícula T47 – del Vuelo CAME del Correo Aéreo Militar Argentino chocó contra un médano de la playa Santa Rosa (Lima, Perú), en un viaje de correspondencia militar que transportaba documentación, militares y familiares. En él viajaba Oscar Ahumada (1928 – Argentina) suboficial principal especializado en mecánica aeronáutica, el único tripulante sobreviviente.

Aquel viernes otoñal, Oscar se despidió de su esposa Teresa y sus, hasta el momento, dos hijas de 3 y 7 años, luego de haber notificado a su albacea el deber de reportar a Alberto, hermano de Teresa, ante cualquier inconveniente en el que se viese involucrado, ya que ella sufría problemas cardíacos que no le permitían recibir fuertes noticias.

Alrededor de las 20hs, en medio de la oscuridad nocturna y una intensa neblina, el suboficial se encontraba revisando el aceite del vuelo que se dirigía a Lima, luego de haber hecho escala en Mendoza, trasladando 42 pasajeros y 7 tripulantes, cuando el fuerte e inesperado impacto contra un médano provocó que el avión se partiera al medio y comenzara a incendiarse. Al partirse – relataba el protagonista – su silla fue despedida directamente hacia la playa donde, por instinto inconsciente, rodó casi 100 metros en dirección al mar, para apagar el fuego que avivaba en todo el cordón posterior de su cuerpo, incluso en su cabeza. El último recuerdo – antes de permanecer inconsciente durante 12 horas de larga agonía para los sobrevivientes hasta que el rescate llegó – fueron los gritos de unos niños que suplicaban auxilio y un hombre al que le pidió que se acercara ya que él no podía moverse, pero nunca contestó.

“La última imagen que tengo dentro del avión antes del accidente es la de estar sentado en la cabina, volando sobre nubes, mirando el sol que se escondía en el mar. Mientras, pensaba que la gente abajo estaría soportando una tormenta muy fuerte. Después de eso, casi no recuerdo nada” (Oscar Ahumada en una entrevista para Diario Popular en 1998).

Tres días después, Ahumada despertó en el Hospital Naval de la capital peruana, el mismo día que arribaron su cuñado y su suegro, notificados por el albacea, para reconocerlo. Allí debieron tramitarle un pasaporte provisorio que le permitió permanecer 79 días internado, para tratar las secuelas que sufrió su cuerpo: el fuego provocó graves quemaduras en el 80% de su cuerpo, uno de sus hombros estaba luxado como consecuencia de los golpes, el estallido le causó sensibilidad auditiva y, debido al largo tiempo que permaneció en cama, perdió parcialmente la motricidad.

El 30 de julio, después de casi tres meses de tratamiento y progresiva recuperación, obtuvo el alta y volvió a su país de origen para reencontrarse con su familia. No fue hasta ese mismo día que supo las cifras de víctimas y sobrevivientes de las 49 personas que se encontraban en el avión. Sólo dos sobrevivieron, además de él: Jorge Enriquez Castellanos y Graciela Gastaldi, los dos niños que oyó desde la orilla del mar.

Al volver, la prensa y la sociedad destilaban múltiples hipótesis sobre las causas que pudieron haber provocado el accidente, entre ellas, un errado aterrizaje del piloto y la culpa a la Fuerza por haber permitido despegar a un avión en malas condiciones del funcionamiento del motor. Pero, lo cierto es que, ninguna de estas especulaciones pudo ser comprobada, y las únicas causas certeras fueron las condiciones climáticas y la falta de iluminación y herramientas de localización.

Tres años más tarde, Oscar y Teresa tuvieron a su tercera hija, al mismo tiempo que fue retirado como Suboficial Mayor especializado en mecánica aeronáutica, ya que, luego de casi 20 años de servicio, las evaluaciones pertinentes determinaron su porcentaje de incapacidad para continuar ejerciendo su cargo. El accidente le originó diversas consecuencias psicológicas que lo afectaron emocionalmente, por ejemplo, durante mucho tiempo no pudo volver a subir a un avión, tampoco solía hablar del hecho y evitaba a la prensa y a las familias de las víctimas porque haber sobrevivido a ellas desencadenaba en él sentimientos de inocente culpa y profunda tristeza.

“No quise porque no recordaba los detalles, y porque sentía impotencia y bronca por no haber podido evitar el accidente. Tampoco quise removerles a los parientes el recuerdo de sus seres queridos desaparecidos” (Oscar Ahumada en una entrevista para Diario Popular en 1998).

Durante los siguientes años, continuó trabajando para la Fuerza Armada, ejerciendo tareas administrativas incluso en 1978, época del conflicto entre la República Argentina y la República de Chile por la disputa territorial del Canal de Beagle, que afectaba la soberanía de las islas ubicadas al sur del canal, al este del meridiano del cabo de Hornos y sus espacios marítimos adyacentes.

Oscar Ahumada y su familia recuerdan el 8 de mayo de 1964 como el día que volvió a nacer, concibiéndolo como un segundo natalicio y confiriendo el milagro a la Virgen, en el día de su conmemoración.

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