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Cuatro de la tarde. El sol se cuela en las aulas del Instituto Sudamericano para la Enseñanza de la Comunicación (ISEC) para iluminar a Aisha Seewald, estudiante de segundo año de periodismo. Sentada, ondeando sus piernas con los pies descalzos, espera ansiosa el comienzo de las cataratas de preguntas de sus compañeros, que desean conocer un poco más de su vida. “Estoy un poco nerviosa, me siento muy observada y juzgada”, comenta, y se ríe, ansiosa. 

Dentro del aula 14, en medio de la sala repleta de computadoras y escritorios que simulan la oficina de una redacción digital, Aisha mira a sus entrevistadores con una risa inquieta. Se siente observada por los 26 ojos de sus compañeros, que están dispuestos alrededor de ella, para disfrutar de la función. “A mi me gusta que me observen, soy una mujer de show. Me encanta estar en el medio, soy protagonista siempre, amor”.

Desde chica, Aisha siente que emana el aura de una divah. Su presencia en el ambiente se nota, e impone. “Se nota cuando no estoy”, afirma, y se ríe con tono risueño. Sus palabras y su esencia impregnan el espacio y su risa llena el salón de un ambiente calmo y familiar. “Me gusta ser el centro en todos los lados de mi vida”, sentencia, mientras arquea su cara con firmeza, con la misma seguridad que posee una vedette con tacos altos en una pasarela.

Su mirada alegre y su espíritu amigable fueron construyéndose a lo largo de su vida. “Cuando era chica era muy negativa. Constantemente me tiraba abajo; no permitía que nada bueno sucediera”. Hoy, prefiere mirar el lado positivo de las cosas, y no estancarse en lo negativo.Fingir demencia’ y renacer, es parte de su estilo de vida. Cada mal trago en su historia crea un nuevo disfraz para modelar en su escenario.

Seewald maneja el tono de la entrevista, y las preguntas. Esquiva con perfección lo que la incomoda, y elige no puntualizar en detalles que prefiere olvidar. Al igual que una reconocida superestrella, cambia de tema cuando la conversación se vuelve demasiado personal. “No me quiero exponer tanto, tengo que pensar mucho lo que respondo”, se lamenta. Aisha deja su tono personal y acogedor para transformarse en Seewald, la profesional del espectáculo que sabe cuándo abandonar los tópicos que le disgustan, con gracia y elegancia.

Entre medio de distracciones y preguntas sin responder, Aisha puntualiza en uno de los sucesos que la condujo a ser la mujer que es hoy. Con 21 años, siente que, después de tanto, está eligiendo por sí misma lo que quiere hacer de su vida. “Cuando terminé la secundaria, en 2021, estaba muy perdida. Estuve dos años dando vueltas, porque no sabía bien qué es lo que quería estudiar y quien quería ser”, comparte.

Yo fui parte de los niños pandemia, y mi escuela no me acompañó en el proceso de decidir qué estudiar después. Se lavaron mucho las manos con eso”. Tras egresar, Aisha se anotó para estudiar Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires (UBA), pero no le gustó. “Sentía que estaba para algo más, para otra cosa mejor que esa”, afirma, con certeza. Así llegó al periodismo, buscando su brillo. Se anotó al ingreso de la Universidad de la Matanza (UNLAM) para la Licenciatura en Periodismo, pero otra cosa la frenó: la filosofía.

Di todas las materias, pero solo me quedó esa. La desaprobé varias veces, y entré en crisis”, remarca, con un tono nostálgico, con el mismo dolor que se siente cuando una gran estrella termina estrellada. “Yo soy muy dramática, me encanta inflar las cosas. Después de tantos intentos fallidos pensé que no iba a hacer nada de mi vida, que iba a terminar barriendo en la calle”, sentencia, riéndose de sí misma. Sin embargo, esa batalla no la detuvo: “Me terminé anotando a ISEC, a la Tecnicatura en Periodismo”. Cómo fénix, Aisha resurgió de su crisis personal con destreza.

Y no fue fácil: el dilema de su futuro profesional no se agota en sus cambios de carrera. Desde pequeña deseó ser, al igual que su mamá, profesora: “yo quería ser maestra jardinera. Cuando era chica, tenía la imagen de mi vieja idealizada. Me disfrazaba como ella y jugaba a dar clases”. Con el tiempo, Aisha entendió que la docencia no era lo que quería para su vida, pero romper con la ilusión del legado familiar fue más difícil que aprobar filosofía. 

No me llevo mal con mi mamá, pero entendí que ella me dirigía a estudiar para ser profesora. Cuando rompí con eso, empecé a seguir lo que realmente deseaba. Creo que a mi vieja le costó aceptarlo”, afirma y mira hacia arriba, reviviendo en su mente el momento. Aunque paradójico, en la actualidad, Aisha es profesora en un colegio secundario, y lo disfruta.

Creo que la docencia me persigue”, dice riendo. Su sonrisa demuestra comodidad en lo que hace, un disfrute genuino y real que solo se encuentra cuando la luz enfoca a la divah en el escenario. Sin presiones ni mandatos, Aisha es feliz cuando hace lo que decide: “Me gusta lo que hago en el colegio, pero creo que nunca lo voy a admitir en frente de mi mamá”.

En medio de las preguntas sobre su familia, Aisha se distrae y cambia de tema, para recordar parte de su infancia, con ternura. “Tuve una infancia re linda, aunque no me acuerdo mucho, porque hay cosas que las nublo”. Ella recuerda sus barbies, los bebotes y las plazas. Mira a su alrededor y admite, con una sonrisa cómplice, que, de pequeña, soñaba con ser mamá joven, y formar una familia. “Hoy no lo sostengo, pero sí me gustaría tener hijos de más grande”, comenta, alegre.

Aunque no lleva el título de ‘mamá’, ella siente que ayuda en la crianza de su hermano Máximo: “Mi hermano es el amor de mi vida, yo lo estoy criando para que sea un buen chico”. Aunque la convivencia y la diferencia de edad generan roces en su relación, Aisha reconoce que daría todo por él. “Yo lo llevo a fútbol, lo retiro de la escuela, escucho lo que le pasa y lo aconsejo”, dice, con una sonrisa que ocupa todo su rostro, que muestra amor y orgullo a la vez.

Aisha se distrae de nuevo, en medio de las preguntas entrecruzadas de sus compañeros. “Me suelo dispersar mucho, para mí yo tengo TDAH”, dice, aumentando el espectáculo como toda divah. Ya lejos de sus relaciones familiares y de los temas profundos del pasado, ella comienza a imaginar su futuro cercano: “Me encantaría irme a trabajar afuera o para un medio grande”, sostiene, convencida de que no nació para las ligas menores, sino para el primer plano. “Quiero viajar mucho, y tener la producción de algún programa. Me gusta llevar la batuta”, sentencia, mirando con seguridad a sus compañeros, como si ellos tuviesen el privilegio de estar presenciando una estrella en ascenso

La divah también quiere formar una familia, pero al ser consultada al respecto, prefiere convertirse en Seewald: “No me gusta esa pregunta, creo que Fiama tenía otra pregunta mejor”, dice, y maneja la conferencia de prensa a su gusto, en su comodidad, dejando lo más personal solo en el ámbito de lo privado

Sin embargo, ante la insistencia de sus compañeros, se ríe. “Aunque quiera hacerlo, todavía me falta lo más importante. No estoy sola en la vida, pero en el amor todavía no encontré ningún buen candidato”. Y es que, como toda profesional del espectáculo, Aisha es exigente con sus pretendientes: “Yo no me conformo. Sé que soy un buen partido, no voy a estar con el primero que se me cruce”. La divah, romántica, cree en el amor de película, y se rehúsa a tener un amor impropio al de su vida de espectáculo. 

Me quiero enamorar, que me inviten a cenar y que pague él”, admite con soltura y determinación, arqueando sus cejas y abriendo sus ojos marrones. Cuando las luces y el show terminan, estar sola tras el telón puede ser desolador. “Antes no lo sentía tanto, pero hoy si tengo ganas de estar en pareja, de vivir eso”, admite con sopesar.

Aisha vuelve al espectáculo y recuerda con alegría su primera gran historia de amor, como si estuviera en la premiere de su unipersonal. “En primer grado me gustó un chico que se llamaba Nicolás. Estaba tan enamorada, que me compré el álbum de figuritas del mundial para poder hablar con él en el recreo, mientras intercambiábamos figuritas”, comenta contenta, con un brillo en los ojos que solo se enciende al transmitir recuerdos felices.

El tiempo de preguntas se acaba y el del espectáculo también. El sol de las cuatro ya no es el mismo, ni ilumina de la misma manera al aula, que ahora necesita de un poco de luz artificial. La tenuidad lleva a un ambiente más reflexivo, más profundo, al que a Seewald se le dificulta revelar. Una pregunta tímida le sugiere que se defina en tres palabras y que se dé un consejo a sí misma, pero la divah prefiere no hacerlo. Ella es más que eso, mucho más que una “pregunta quemada”.

Seewald se esconde y elige lo que mostrar, en todos los ámbitos de su vida. Con elegancia, al igual que una vedette que juega con las luces y sus bufandas de piel animal, abre su vida y sus emociones quirúrgicamente, sin puntualizar demasiado en lo que no desea revelar. Es una divah. Así, con esa letra al final, porque la hache es muda, y dice más por su silencio y su mudez que el resto de las consonantes de la palabra. Así, con ese error ortográfico al final, porque ser diva sin hache no tiene ni drama ni espectáculo, ni show ni escenario, y eso a Aishah no la caracteriza

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