Recientemente se ha hecho conocido en las redes sociales el festival de Yulin, en China, donde se torturan, despellejan vivos y sacrifican a miles de gatos y perros, tanto callejeros como secuestrados de sus hogares para su consumo posterior. Este “evento” ha sido fuertemente rechazado alrededor del mundo al conocerse las imágenes de los años anteriores y la justificación de los habitantes en la cual dicen que la tortura a los animales hace que su carne sea más deliciosa y beneficiosa para quien la consuma, causando así que se realicen varias peticiones alrededor del mundo con millones de firmas pidiendo la cancelación del mismo, peticiones que yo misma firmé.
Resulta sorprendente que a estas alturas y teniendo en cuenta el contexto en el que estamos, decidan continuar con esta tradición arcaica, que nada tiene que ver con la cultura sino con el ser humano y que hagan de un acto atroz, un espectáculo para todas las edades. Este maltrato no está presente únicamente en este lugar, pero lo que causa tanta indignación es la visible crueldad y el aparente disfrute de quienes participan en esta velada. Estos actos son consecuencia directa de la violencia social aplicada en esos espacios, sin mencionar que pasan por generaciones y que si no se pone un alto, difícilmente podrán parar en un futuro.
Es hora de que las autoridades de China impongan un castigo ante dichos actos y un fin a estas actividades anuales que fomentan nada más que el odio y la violencia en un mundo que ya no los acepta.
Si bien China no cuenta con una ley de protección contra el maltrato animal, se hizo el intento de promulgarla en 2009, y desde entonces el 64% de la población china redujo o se opuso al consumo de carne canina, y sin embargo, 12 años más tarde aún queda una parte de ellos que se niega a aceptar el cambio, y si no lo hacen por conciencia propia, tendrá que ser por castigo social.