Separar al artista de la obra: diferentes miradas sobre la misma problemática
Por Paula Guadalupe Antolini, 9:48 Hs. Lectura aprox.: 3 min.
En los últimos años una gran lista de artistas –mayoritariamente músicos- se han visto envueltos en denuncias por abuso sexual y por violencia doméstica. Las denuncias hacia aquellos que cometieron abusos tienen aún más peso que el estrictamente penal. Recorre por diversas redes sociales una nueva grieta: separar al artista de la obra sí, o no. En este debate, muchas personas insisten en “cancelar” a ciertos músicos, y no a otros que se vieron envueltos en situaciones similares. ¿Por qué sucede este fenómeno?¿Cuáles son los parámetros que se toman en cuenta a la hora de condenar socialmente a un artista?
Es desde hace unos años –podría ser 2016, año en que el cantante de El Otro Yo fue apresado por numerosas denuncias en su contra- que en nuestra sociedad se debate sobre la cultura de la cancelación. Es un término usado, según algunas posturas, “livianamente” para poner un freno a la reproducción de artistas con denuncias, aunque muchas de estas no terminen siendo resueltas judicialmente.
Lo cierto es que las discusiones al respecto son muchas, y muy fuertes. “Cancelar” a un músico no implica simplemente dejar de escucharlo, sino además generar una campaña en su contra. Discutir con cualquier persona que continúe escuchando sus discos se vuelve moneda corriente, y cambiar de dial o de canal es una acción que se repite cada vez que este personaje aparece en un medio. Él o su música.
Se podría decir que parece lo más lógico el “cancelar”, ya que las repercusiones para el denunciado terminan siendo no sólo sociales, vinculadas al repudio y la “mancha historial”, sino también económicas: ese artista dejará de percibir la misma cantidad de dinero por la venta de tickets o por los porcentajes de Sadaic, Aadi y Capif (respecto de la reproducción de su material en radios, eventos, canales).
Sin embargo, hay quienes deciden continuar escuchando su música, pero repudiando sus hechos. Es el caso, por ejemplo, de Michael Jackson. A pesar de tener claras denuncias por abuso de menores –presentadas penalmente y documentadas en distintas películas- su música continúa recorriendo todas las radios del mundo, así como sus videos son tomados de referencia en millones de escuelas de danza y su película todavía se descarga miles de veces por semana en distintos portales web. ¿Cuál es la razón? Según diversos oyentes, se debe a que “Michael dejó un legado musical que ninguno de los artistas denunciados puede alcanzar. Es el rey del pop con sus temas y sus coreografías. No se puede decir que no a eso”. Teniendo en cuenta este discurso, y llevándolo al plano nacional, podemos hablar también de Charly García: aquel ídolo de millones cuya música se sigue usando para infinidad de actos escolares, eventos masivos, canciones de cancha. García, con varias denuncias sobre abuso, se continúa reproduciendo sin parar. Diferente es el caso de Gustavo Cordera –denunciado penalmente por apología a la violación en una charla a estudiantes de periodismo- o de la banda Pez, donde muchos de sus seguidores no dudaron en cancelarlos a raíz de los testimonios en su contra.
Cuando hablamos de canciones, pinturas o libros, estamos hablando de arte. Más allá de las infinitas percepciones que se puedan tener respecto de una obra, podemos tener clara una cosa: el arte, a diferencia de otras disciplinas, tiene como base fundante la subjetividad de los individuos. Es en cada interpretación que los artistas despliegan diversos recursos que llevan consigo una gran carga emotiva. Al escribir la letra de una canción, el compositor bucea en la propia historia buscando sentido a aquellos conceptos que quiere transmitir, utiliza sus emociones como musas para inspirar el mensaje que dejará entre sus versos y estribillos. Lo mismo sucede con los escritores que, aunque se dediquen a los textos ficcionales, reflejan en sus personajes y conflictos vivencias atravesadas en primera persona. Esto no quiere decir que todo lo que leemos o escuchamos ha pasado realmente, pero lo que sí debemos saber es que para construir un relato creíble y atrapante –tanto con melodía como en prosa- es necesario recurrir a situaciones similares experimentadas ya que en estas ramas artísticas es de suma importancia generar empatía con el receptor para lograr así mayor audiencia.
Es por esto que al considerar la cancelación de un artista, deberíamos mantener una postura equitativa sin importar el legado de su música, entender que toda acción constituye la subjetividad y en cada paso que se da, hay algo de la propia historicidad que se pone en juego, aunque no siempre es fácil: aquello que dejan inserto en nuestros sentidos como personalidades públicas a veces es más fuerte que lo que hicieron como individuos de una sociedad.