El periodista y escritor argentino, Rodolfo Walsh desafío a la clandestinidad en la época más oscura y terrorífica de la historia de nuestro país, asumiendo la responsabilidad de documentar y comunicar los crímenes de Estado, poniendo en riesgo su propia vida y la de su familia. Sobrevivió en la clandestinidad con un sólo objetivo: que la verdad salga a la luz.
Es que aquella profesión por la que dio su vida, estaba conectada con la fibra de su alma, y no podía permanecer inmóvil ante tanta sangre alrededor. Cuando tuvo “ese dato”, ese principio sin final, ese punto de partida, no pudo parar hasta llegar a la verdad, hasta exponer con pruebas a los culpables. Nacido en el sur del país, en Choele- Choel, un pequeño pueblo de la provincia de Rio Negro, el 9 de enero de 1927. Más tarde llegó a Buenos Aires para estudiar en el Colegio Secundario. Finalmente, estudió Letras en la Universidad Nacional de La Plata. A lo largo de su vida fue lavacopas, oficinista, vendedor de antigüedades entre otros oficios.
En 1956, mientras disputaba un partido de ajedrez, escuchó aquella frase que pondría en jaque su propósito, “hay un fusilado que vive”. Esta frase fue la semilla de una investigación que dejó sentada en su obra “Operación masacre” junto a su amiga periodista Enriqueta Muñoz. Esta obra no sólo fue una pieza periodística muy importante, sino que fue precursora del Nuevo Periodismo y la primera novela no ficción de la historia, incluso anterior a Sangre Fría de Truman Capote. Durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, fundó el semanario de la CGT de los Argentinos que dirigió entre 1968 y 1970. A partir de esa fecha se publicó en la clandestinidad. Ante la censura del golpe cívico militar de 1976, creó la Agencia de Noticias Clandestina, ANCLA, que emitía más de 200 cables diarios que circulaban de mano en mano.
El 29 de septiembre de 1976, perdió a su hija María Victoria, producto de un enfrentamiento con el Ejército, un día después de cumplir 26 años. Rodolfo pintó su retrato lírico en “Carta a mis amigos” (1976) “En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella.”.
El 25 de marzo de 1977, Walsh caminaba por la Avenida Entre Ríos hacia la avenida San Juan repartiendo las primeras copias de la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” en buzones de la Ciudad de Buenos Aires. En esa intersección fue emboscado, atacado y acribillado a balazos por otro grupo de tareas, recibió una ráfaga de FAL que lo hirió de muerte.
Aquel día, Rodolfo encontró su paz, se reencontró con su hija, con “esa mujer” y tantos compañeros desaparecidos. En su mano la Carta abierta que escribió denunciando la censura de prensa, las desapariciones de personas, y el plan económico que condujo a lo que denominó la “miseria planificada”, preparado por los sectores dominantes desde hacía mucho tiempo y que fue puesto en marcha con el inicio de la dictadura cívico militar.
Sus secuestradores y asesinos, entre ellos Alfredo Astiz y Jorge Acosta, fueron sentenciados a prisión perpetua por el Tribunal Oral Federal n° 5 en octubre de 2011, acusados por la privación ilegal de la libertad, tormentos, robo de bienes y homicidio.
Por su parte, el nombre de Rodolfo Walsh, su historia, su obra, su convicción sigue inspirando cientos de plumas, sigue empujando a colegas a llegar a la verdad, sigue siendo emblema y símbolo de memoria para no olvidar.
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