No más sexo para el predicado
Por Loic Paul Dugelay, 2:17 Hs. Lectura aprox.: 2 min.
Como decían nuestros abuelos, “antes” era mejor. Sin dudas, el hombre de Cromañón se quejaba por lo mismo alrededor de la fogata. Es intrínseco al ser humano persuadirse que las cosas empeoran con el tiempo, porque el cambio nos extirpa de la zona de confort en la cual nos arropamos con tanta delicia.
Hace poco apareció un fenómeno que me provoca picazones en el cerebro y al orgullo. Lo nombran “lenguaje inclusivo”. Y por muy “progre” que pretendo ser, cada vez que choco contra una palabra emasculada, siento una molestia en mi entrepiernas. Una “elite hippiecool” decidió cuestionar la supremacía del modelo masculino en el lenguaje. Es muy valioso buscar nuevos procederes para alentar la igualdad interracial, intersexual, “intertodo”. El peligro reside en la moralidad inversa de un grupúsculo bien pensante que quiere demostrar que “los otros” viven enredados en un fascismo lingüístico-cultural inconsciente. Los propulsan en un mundo ideal y distópico avalado por la castración de las marcas abusivas del masculino o del neutro a favor de una “e” o “x” final en las palabras incriminadas. La transformación del lenguaje a la par de los cambios sociales es histórico, basta con hurgar en la literatura para constatarlo. ¡Pero con mi masculino, me encariñé! Y me pregunto, ¿para conseguir tratos y derechos equitativos es necesario sacrificar el genero en el altar de la igualdad?
No importa quien copula con quien porque el predicado nace transgénero. Las primeras rivalidades echaron raíces en el injusto uso del masculino como referente de la forma plural o sinónimo genérico de ser humano. La primicia del debate es ridícula porque aísla la palabra de la mecánica del lenguaje. Descarta que el masculino plural pierde su género. Su santidad, la Real Academia Española rechazó esos nuevos modales afirmando que no hay que confundirse entre no visibilizar y excluir, y que borrar las diferencias no significa respetarlas. Resalta un capricho asentado en algunas lenguas románicas que hacen caso omiso de innumerables idiomas que no distinguen masculino y femenino, como las lenguas eslavas, el turco, el mandarín etc.
El lenguaje “inclusivo” es el primer paso hacia un extremismo donde el vocabulario con connotación negativa terminaría discriminatorio. Aparecerá entonces “le” maldad, “le” engaño, y porque no, “le” aspirador. No hay consenso posible, saldremos todos perjudicados. La polémica sobre la base machista del lenguaje invita a la hegemonía de un despotismo ético para criticar la superioridad moral con la que los partidarios del lenguaje exclusivo defienden un modelo arcaico.
Pero el lenguaje carece de malas intenciones. Al engañarlo, fomentamos la discriminación. No es ni exclusivo ni machista, es ingenuo. Es un arma sin cartuchos que cargamos de perversión. Además, queda una gran interrogante, ¿Cómo vamos a borrar el género del lenguaje corporal o artístico? Pintar todos los seres humanos de un mismo color empobrecerá las riquezas que nos regalan nuestras diferencias. Más constructivo sería aprender a cantar al unísono con distintos tonos de voz. Y si algún día no saben qué decir, recuerden la formula mágica de Mary Poppins, “Supercalifragilisticexpialidocious" !