Los invisibles de la sociedad
Por María Belén Gómez Iovanna, 5:59 Hs. Lectura aprox.: 2 min.
Al caminar por las pobladas calles de Buenos Aires, donde sea que me encuentre, no puedo evitar sorprenderme al observar la excesiva cantidad de personas que se encuentran durmiendo en las veredas. Esta situación parece volverse más y más común en nuestra sociedad, a tal punto que aun teniéndola frente a nuestros ojos no somos capaces de reconocerla.
Probablemente la mayor miseria de aquellos que viven en la calle sea que, a pesar de la gran multitud que circula por ella, la soledad es la única que los acoge. No solo son excluidos por el sistema, sino también por nosotros. Ante esto podríamos pensar “no es posible, si no hago nada para fomentarlo”. La raíz de la exclusión está, sin embargo, en que tampoco hacemos algo para incluirlos.
Basta con prestar atención a lo que ocurre cuando pasamos por al lado de estas personas: nos acostumbramos a ignorarlos, como si en lugar de seres humanos fueran parte de la decoración de las calles. Ver el estado en el que se encuentran debería producirnos desasosiego, impotencia, dolor. Y en cambio, el único sentimiento que surge de nosotros es la indiferencia.
Tampoco los tratamos como iguales, peor aún, los consideramos inferiores. Ejercemos sobre ellos juicios y sentencias basados en estereotipos. “Si quiere comida que salga a laburar en vez de pedirla”, “mejor no me acerco porque seguro me roba”, “¡Mirá si le voy a dar plata para que se la gaste en alcohol!”, afirmamos sin siquiera preguntarnos qué llevó a esa persona a terminar allí o qué le impide salir.
Si no nos volvemos más conscientes, si seguimos contribuyendo a la marginación, terminaremos por perdernos como sociedad. El principio del cambio se encuentra en desnaturalizar el ver al otro en una situación de vulnerabilidad como ésta, en que se produzca algo adentro nuestro: ya sea enojo, tristeza, bronca. Porque de otro modo, si nos sigue dando igual, nada va a cambiar, y siempre seguirán siendo los invisibles de la sociedad.