Lo que la pandemia se llevó: realidad y resiliencia de artistas sin escenario
Por Loic Paul Dugelay, 1:49 Hs. Lectura aprox.: 3 min.Días, semanas, meses han pasado y los escenarios siguen vacíos. El viento de la pandemia se llevó una incalculable cantidad de obras de teatro, recitales, películas que ahora se encuentran huérfanos, sin nadie a quien acudir, sin público. En medio de vaivenes interminables, numerosos artesanos del mundo artístico – para no decir todos – se quedan en el andén, estáticos, viendo pasar al tren de sus pasiones y de su razón de vivir.
Si hubiéramos querido escribir una gran obra maestra del teatro universal o un peliculón “oscarizable", no podríamos haber encontrado mejor protagonista que el escalofriante Coronavirus: personaje cínico y vindicativo que arrasa las esperanzas y creencias de una humanidad cuya arrogancia la llevó a creer que tenía todo bajo control, que el progreso tecnológico le permitiría salvarse de cualquier agresión. Tal un personaje shakesperiano, el malvado virus se hace silenciosamente letal dejando atrás, terror, muerte y campos de desolación.
Para los pequeños obreros que dedican su vida a la industria del espectáculo, vestuaristas, sonidistas, cantantes, músicos, actores… para todas esas manitos que zurcen almas, esculpen esperanzas, despiertan rizas y sueños, la pandemia podría haber representado una sentencia de muerte. Es sin contar con el ímpetu y la pericia del artista acostumbrado a los tormentos de la inseguridad y del rechazo. Como dice Lucio (42), director/actor porteño confirmado: “Siempre estoy parado en la falta y en la crisis, entonces... Tomo rédito de la ausencia de escenario. No lo vivo con padecimiento, lo acepto y lo transito como una verdad posible, la revierto para que se transforme en una cosa que no es tediosa”.
Las desilusiones de espectáculos bajados, el tiempo gastado en ensayos abortados, las inversiones perdidas no lograron sellar el entusiasmo y la pasión de esos artistas que ya tienen muy en claro que eligieron un camino tortuoso y abollado. Vestirse del hábito del artista es un sacerdocio que requiere renunciar a la seguridad y al confort y vivir caminando en una cuerda como un funámbulo suspendido en el vacío. Hervé (47), actor/cantante francés radicado en Argentina advierte “la falta de público es muy presente pero es menester que aguantemos. Siento que no hay que querer iniciar proyectos a toda costa. Al final, insistir en esas condiciones es más frustrante que placentero. Hay que bajar la ansiedad”.
Y eso sí que lo saben hacer, acostumbrados a lidiar con miles de emociones y de situaciones diversas. Si un par de zapato es suficiente, miles de pares de zapatos son más útiles. Por supuesto que la falta está, por supuesto que las entrañas arden por volver a ensayar, a filmar, a actuar o cantar frente al público. A Hervé lo que le gusta es “el vínculo con el otro”, Lucio confiesa que “la adrenalina del espectáculo vivo es una droga y por eso reincidimos todo el tiempo”.
Entonces, se reinventan una y otra vez, como ya supieron inventarse en la comedia, en el drama, en lo comercial o en el “under” nutridos por esa llama vital. La pandemia no los ganará, esa elección de vida es tan esencial a su supervivencia como respirar, comer, tomar o dormir. Aún con las manos atadas, la simple idea de perderlo se vuelve insoportable, imposible e irrelevante. Lucio dice “no me concibo sin que haya una explosión en mí que tenga que ver con esa expresión”.
Como caballeros listos para defender su reino, preparados para conquistar territorios inexplorados, se lanzan a la conquista de nuevos ideales para sentirse vivos. Mientras Hervé indaga cada vez más en el canto y la composición musical “porque es más fácil de compartir el fruto de mi trabajo con el público”, Lucio descubre la improvisación a través de la comedia y trata de “entrenar para sublimar todo lo que se puede hacer en el escenario o en proyectos que no hay, para hacer pulso, no estar oxidado y encontrar cosas de disfrute”, una herramienta más en la gran cantidad de destrezas actorales que ya va sumando.
En la resiliencia del ser humano reside su fuerza y su belleza, esa capacidad única que tiene de extraer de sí mismo lo mejor cuando enfrenta lo peor. El arte tiene esa virtud, cualquiera que lo toca de cerca se encuentra embrujado. En él, se escabulle el mundo, las sustancias de la vida. Es una fuente inagotable de placeres y descubrimientos que de Lucio resume dibuja así: “Agradezco al artista en el cual me convertí por poner un filtro a todo lo que me pasa, los encuentros y las situaciones que atravieso. Uso el arte para mirarlo todo. No sé qué tipo de artista soy pero sé que tipo de ser humano soy”.
Más allá del déficit profesional, lo que la pandemia se llevó fue el lazo que une los trabajadores del entretenimiento a la sociedad con la cual suelen conversar. Mientras intentamos sobrevivir al maldito intruso que quiere derrumbar las barreras de nuestros sistemas de defensa, nos perdemos, nos alejamos los unos de los otros. Lucio sentencia: “La supervivencia, como el arte, es un acto colectivo. Estamos interrelacionados”.