En primera persona: covid y dengue en tiempos de pandemia
Por Abril Miguens, 7:13 Hs. Lectura aprox.: 7 min.
Una periodista de IsecPost cuenta en primera persona su experiencia con dos enfermedades de las que se habló mucho este año.
El 23 de marzo, salí al balcón de mi departamento para hacer una videollamada con una amiga que vive en Dinamarca, alrededor de las cinco de la tarde. Había varios mosquitos y moscas dando vueltas, lo cual era normal ya que tenía muchas plantas. En un momento, veo como un mosquito bastante grande y particular se para en mi pierna y me pica. De un reflejo lo maté y cayó al piso. Cuando lo puse en la mesa me di cuenta que era el mosquito transmisor del dengue.
Lo guardé en una bolsa Ziploc y lo puse en la heladera. Dos días después, el 25 de marzo, a la mañana empecé a sentir malestar estomacal. Para el mediodía, ya estaba con diarrea, nauseas, dolor corporal, al rededor de la nuca, y 37.5 de temperatura. Llamé a mi pre paga y me dijeron que “como no tenía fiebre alta, no me mandaban a nadie, por protocolo covid”, casi como si hubiesen desaparecido todas las enfermedades desde que arrancó la pandemia. A la noche, seguía con temperatura y los malestares habían empeorado. Transpiraba a un nivel tan alto, que tenía que cambiarme la remera a cada rato. No podía comer ni tomar nada por las nauseas. A las 12 de la noche, llamé de nuevo a mi pre paga y les pedí que, por favor, me manden un médico. Por suerte, accedieron y me dijeron que “dentro de las próximas 4 horas va a llegar un médico”.
A las 8 de la mañana del 26 de marzo, llegó finalmente el médico a casa. Me revisó, he hizo varias preguntas, le mostré el mosquito y me dijo que, si bien no presentaba fiebre alta, los demás síntomas que tenía coincidían con el dengue, por lo que me iba a hacer el estudio de sangre “para descartar”. Él no creía que sea dengue lo que tenía, si no que una recaída de la angina viral que había tenido a principios de marzo. Me recetó Paracetamol de 1g para el dolor y se fue.
El 6 de abril, me llegó el resultado del dengue. Efectivamente, era positivo. Todo el tiempo de espera que tuve hasta saber que tenía, vacilaba entre un malestar general fuerte y mejorar un poco de a ratos. Llamé a mi prepaga para preguntar como proceder y me dijeron que vaya a una guardia a hacerme un laboratorio general para saber como me estaba afectando la enfermedad. A partir de los resultados, se sabría cómo proceder.
Los estudios me dieron bien, por lo que se determinó que tenía el tipo más leve de dengue, “el dengue clásico”. Hay cuatros tipos, los cuales tienen diferencias en la composición de su genoma y sus antígenos en la superficie. Una persona infectada por uno de estos virus es inmune de por vida contra él, pero no está protegida contra los otros tres.
Fase crítica del dengue
En la tarde del 8 de abril, presenté una picazón intensa en las piernas. Nunca había experimentado ese nivel tan fuerte y eso que soy alérgica en la piel. Esa noche, fue cuando lo peor empezó. De unas horas para otras, no podía moverme del dolor corporal que tenía. Comencé a tener a nauseas y mareos muy intensos y constantes. Le mandé un mensaje al médico que me estaba tratando y me dijo que estaba entrando en “la fase crítica” de la enfermedad. Básicamente, son de dos a tres días en que los síntomas empeoran mucho para después entrar en “la fase de recuperación” o “la fase de recaída”, la cual necesita internación inmediata. No me quedaba otra opción que esperar.
Acá es donde empezó la real pesadilla de la enfermedad. Lo peor que me sentí en toda mi vida. Estuve dos veces internada por pielonefritis (infección en el riñón), que dicen que el dolor se asemeja al de un tiro. Como para poner un parámetro de lo mal que me sentía. No podía moverme, no podía comer ni dormir. Solo lloraba. Lo único que parecía ayudarme con el malestar era sentarme abajo de la ducha tibia. Mi novio tenía que levantarme de la cama, llevarme al baño, sacarme la ropa, meterme en la ducha y después secarme, cambiarme y acostarme en la cama. No había forma de que yo pueda hacer nada por motus propio, ya que estaba prácticamente inmovilizada. Sentía que me ardía la sangre, me imaginaba que eso es lo que se siente cuanto te pica una serpiente venenosa, o algo del estilo. Podía sentir como todo estaba funcionando mal en mi cuerpo, como si tuviese un “cuerpo extraño” en mis venas.
Al segundo día de este calvario, le dije a mi médico que no podía más. Necesitaba que me ayudara de alguna manera. Me mandó una persona para que me saquen sangre, para ver si me estaba afectando a nivel celular, por lo que si era así, deberían internarme con urgencia. Por suerte, me dio todo bien y, la única opción que tenía, era transitar el día que me quedaba y esperar entrar en la fase de recuperación.
Recuperación
Dos días después, ya cumplida la fase crítica, me desperté sin nauseas, ni mareos. El dolor corporal me había bajado considerablemente y me sentía con mucha más energía. Como si hubiera renacido.
En la mañana del 14 de abril el médico me mandó a hacerme de nuevo el estudio, para ver si la enfermad se había ido. Esa misma noche, me llegó el resultado negativo. Al día siguiente me hicieron un estudio general de laboratorio para verificar a que nivel me había afectado la enfermedad y determinar si tenía alguna secuela, lo que es común con el dengue. Solo presentaba un poco de anemia que no requirió más que comer alimentos ricos en hierro para recuperarme.
Podría decir que recién el 29 de abril, me sentí completamente recuperada de la enfermedad.
Covid-19, la mala racha sigue
El miércoles 22 de julio, tuve un dolor muy fuerte de cabeza. No me llamó la atención ya que, el domingo de esa semana, nos mudábamos y estábamos embalando la casa, hace varios días. Durante toda esa semana me sentí muy cansada. Debo decir que jamás pensé que era covid, ya que uno puede sentirse cansado en su vida cotidiana, especialmente si está en el medio de una mudanza.
La mañana del domingo de esa semana terminó la mudanza. Ya estábamos en nuestra nueva casa. A la noche, me llama mi mamá y me dice que mi hermana estaba internada con mi sobrina de 5 meses, porque ambas habían dado positivo en covid, hisopados que se hicieron a raíz de una febrícula que presentó mi sobrina esa tarde. Ambas se sentían bien. Estaban internadas solo por protocolo, ya que cuando un bebé menor a 1 año da positivo en covid, debe estar internado o internada durante 7 días para controlar la saturación en sangre y cualquier complicación que pudiera presentarse. Mi cuñado estaba aislado en su departamento. Nunca quisieron hacerle el hisopado, ya que daban por hecho que lo tenía al ser contacto estrecho. Automáticamente, ese mismo día nos aislamos, mi pareja (con quién convivo) y yo.
Llamé a mi prepaga para hacerme el hisopado y me dijeron que “si no presento síntomas, no me lo hacían”. Lo cual me pareció completamente ridículo, dado el contexto mundial que estamos viviendo. Por lo que entré a la página de Centralab, donde te hacen el hisopado (por nariz y garganta) por 4500 pesos. Saqué turno y, el martes de esa semana, me lo fui a hacer a dos cuadras de mi casa, tomando todas las precauciones con respecto a todo lo que tocaba para salir del edificio, por las dudas.
Al día siguiente, me llegó el resultado: ¡Bingo!: era positivo en covid. Mi pareja decidió no hacerse el hisopado porque estaba con una leve fiebre de 37 grados y congestionado. Por lo que estaba claro que era, también, positivo.
Fue recién el viernes de esa semana que empecé a sentirme muy congestionada. Arrancó el dolor de pecho y la falta de aliento. Llamé a mi prepaga y me designaron un médico especializado en covid, quién me recetó Azitromicina por cinco días para evitar o frenar cualquier infección pulmonar y Dexameral para la congestión.
El lunes de la semana siguiente, seguía con mucho dolor de pecho y falta de aliento. La congestión había empeorado bastante. Me mandaron un médico a mi casa con ambulancia. Me llevaron al Otamendi para hacerme una placa de tórax para ver si tenía neumonía. Me dio todo bien, solo se vio que tenía mucha flema en los pulmones, por lo que me recetaron Predual por tres días, para ver si con eso mejoraba.
A la hora de irme del hospital a mi casa, me dijeron: “Si querés podés irte caminando a tu casa, porque estás cerca”. Me pareció excesivamente ridículo pero no tuve otra opción. Con mucha cautela, volví rápido a casa tratando de no tocar nada y, lo que tocaba, lo desinfectaba con alcohol. A los dos días, mejore gracias al nuevo remedio que me habían dado.
Fue el 5 de agosto, que estaba comiendo carne con verduras hervidas, que perdí el gusto mientras comía. Los primeros tres bocados los sentí normales y, al cuarto, empecé a sentir que “le faltaba sal o algo a la comida”, hasta que me di cuenta que, claramente, había perdido el gusto. Automáticamente, fui al baño a oler un perfume y me di cuenta que había perdido el olfato también. Dos días después me dieron el alta de covid y me hice un hisopado para confirmar el negativo. Otra vez, por mi cuenta, ya que mi prepaga no quería cubrirlo.
El 9 de agosto, recibí el resultado negativo. Debo decir que fue recién alrededor del 13 de agosto que me empecé a sentir realmente bien físicamente y, a fines de ese mes, recuperé al 100% el gusto y el olfato.
El covid lo pasé, dentro de todo, de una manera leve. No presenté ninguna complicación importante como tampoco tuve fiebre. Tuve síntomas molestos y un fatiga enorme. Lo que más me costó fue estar 15 días encerrada en mi casa al 100% y poner a mi suegra en la molestia (única persona que tenía copia de las llaves del departamento) de traernos las cosas que necesitábamos. Tanto comida, como remedios. Si bien, seguimos el protocolo a rajatabla, fue muy estresante.
Lo que más me preocupaba era contagiar a alguien y, luego del aislamiento estricto, salir a la calle. Puede sonar exagerado, ya que solo fueron 15 días y en el medio volví caminando del Otamendi a mi casa, pero te sentís raro con respeto a tu alrededor. De todos modos, al poco tiempo todo volvió a la “nueva normalidad”.
En el año de la pendemia, yo pasé por dos enfermedades y sobreviví para contarlo.