CUBA : una vieja dama que perdió su glamour
Por Loic Paul Dugelay, 4:36 Hs. Lectura aprox.: 3 min.
Diciembre 2016, Cuba. Confieso que no me sentía muy atraído por este destino pero mi pareja me insistió tanto que terminé cediendo. Por las tensiones políticos internacionales que parecían aflojar y la sensación del inicio de una apertura hacia el exterior, mi pareja tenía miedo que pronto el anticuado encanto de la isla desapareciera. Entonces, nos fuimos tres semanas a recorrer la que apodé “la vieja dama”.
Ya, al momento de tramitar la visa turística obligatoria en la embajada cubana de Buenos Aires, flotaba en el aire algunas reminiscencias de un viejo mundo, olores y colores de una época de películas en blanco y negro y antiguos long-play vociferando en tocadiscos agotados. Esta sensación de otra época y de otro mundo no me quitó a partir del momento que pisamos la isla más grande del caribe. Mi vieja dama llevaba puesto collares de perlas sucias y sortijas de piedras preciosas cuyo origen nos dificultaba reconocer.
Lo más impactante fue la Habana, una ciudad donde te topas con una espectacular belleza cuya miseria le sale por todos los poros. La parte antigua de la ciudad revela construcciones fastuosas salidas de un apocalipsis post bombardeo. Entre edificios que enfrentan la agonía del tiempo con valentía y otros que abandonaron la lucha, circulan autos de colores vivos residuos de la fastuosa influencia norte americana de los años cincuenta y carísima atracción turística en sí.
Si decidís caminar por la ciudad o pasear por la costanera , te cruzaras con vendedores de cigarros en cada esquina y prostitutas proactivas dispuestas a vender sus cuerpos por una buena suma de dólares. Pasado el choque cultural y la sorpresa, cuando te enteras que el salario promedio oscila alrededor de 20 USD mensual, entendés lo que representa para muchxs conseguir aunque sea el equivalente de una cena de 15 USD en un restaurante para turistas. Frente a esta realidad ajena, es difícil no sentir malestar y cierta vergüenza al momento de calcular lo que gastaste modestamente en un solo día.
Las farmacias sin medicamentos, los almacenes casi vacíos sin más que huevos, residuos de café y bolsas de frijoles, las tiendas que venden Ron a profusión dejan en la boca un sabor amargo. La propaganda omnipresente en las librerías donde ni siquiera encontrás un libro de Ernest Hemingway o en la televisión, el miedo en las miradas de las personas con quien intentas intercambiar, la rendición de los cuerpos aplastados por el sol caribeño terminan de alimentar una frustración inalterable.
Para apreciar Cuba, hay que poder distanciarse de la miseria humana consentida, aferrarse al patrimonio arquitectónico y a los paisajes y playas de postales. Hay que recorrer la campiña, las ciudades del interior y dar tiempo a la gente, resignarse, no juzgar y escuchar mucho aunque no creas nada de lo que te dicen porque al final, con tiempo, al ritmo de una salsa melancólica, llegará un momento en que el resplandor de un cubano se encontrará con él del afuera. Y así, podrán ver más allá del polvo, del envejecimiento y del desgaste, el triste “charme” de la vieja dama.