La historia de Sara Rus: sobreviviente del Holocausto y madre de un desaparecido en Argentina
Por Abril Miguens, 10:5 Hs. Lectura aprox.: 7 min.
En 1927, en Lodz, Polonia comienza la historia de Sara. Su niñez estuvo colmada de cariño, tocando su violín. Cuando cumplió 12 años, los alemanes entraron a Lodz sin luchar sin destruir ningún edificio más que el templo judío. Empezaron las “inspecciones”. Entraron a su casa y fueron directo al taller donde trabajaba su papá, allí estaba su violín sobre la mesa. Los alemanes lo vieron y preguntaron “¿De quién es ese violín?” a lo que su madre contesto que era de su hija y así los alemanes lo agarraron y lo rompieron en pedazos contra la mesa. Esa; fue la primera impresión que tuvo Sara de los alemanes.
La consolidación de la invasión alemana fue en 1939. Sellaron zonas de fábricas con vallas de madera y alambres de púas para aislar judíos y gitanos del resto de la civilización. Más de 165.000 judíos fueron arrebatados de sus casas en el gheto de Lodz y recluirlos en las zonas de fábricas, o mejor dicho, los campo de exterminio.
Sara tenía un hermano de tres meses cuando comenzó la guerra. Al poco tiempo murió de desnutrición ya que su madre no tenía leche y el hambre que sufría su país como consecuencia de la guerra impedía casi por completo conseguir alimentos. Al año de morir su hermano, su madre queda embarazada de nuevo, para cuando los alemanes se llevan a Sara y su familia al conocido campo de exterminio “Auswichtz”. Los alemanes matan el bebé al nacer.
En julio de 1944 Sara, su madre y su padre son deportados de Auschwitz y son obligados a caminar 3 kilómetros, caminata conocida como “Las marcha de la muerte”, hacia Birkenau. Campo de exterminio conocido como “la fábrica de la muerte”, allí, en 18 meses, mataron a 850mil personas.
Sara y su familia desconocian su destino. Vivían escenas de desconsuelo, terror y miserias. La situación que estaban viviendo, el dolor inmenso que sentían hacia que revaloricen los momentos felices.
Cuando llegaron a Birkenau los separaron. Se llevaron a su padre a las barracas, allí fue la última vez que Sara lo vió. Ella y su madre fueron separadas, ya que su madre estaba muy débil. Sara fue llevada con otras mujeres pero a ella solo le importaba su mamá, por lo que se llenó de valor, se acercó a un alemán y le preguntó “Dónde está mi mamá?” El alemán le respondió “¿Vos hablas alemán?” a lo que ella le respondió que si y el alemán le dijo que vaya a buscarla. Sara fue a buscarla separándose del grupo de mujeres con el que estaba, a quienes jamás volvió a ver. Ese fue el momento en que Sara sintió que salvó su vida y la de su madre, ese fue un momento feliz.
Los alemanes llevan a Sara y su madre con otro grupo de mujeres donde las desnudaron para “revisar su higiene”. Separan a Sara de su mamá para revisarle el pelo y raparla. Raparon a todas las mujeres y las que tenían piojos las mataron. Nada parecía tener sentido, simplemente había maldad.
Luego de revisarla y raparla, llevan a Sara a un cuarto con el resto de las mujeres, ella solo quería encontrar a su mamá que había perdido de nuevo. Empezó a gritar “mamá! ¿dónde estás?”. Se acerca a una mujer sentada en una esquina del cuarto agachada, pelada y le preguntó “¿Has visto a mi madre?”, la mujer levanta la cabeza y le dice “Hija, soy yo, te estaba esperando”. Ese fue otro momento feliz aue recuerda Sara.
En los primeros meses de 1945, las trasladan en tren a Mauthausen, un campo de concentración en Austria. En ese entonces, Sara, ya había cumplido los 17 años.
Cuando llegan a la estación de tren, bajan a todos de los vagones y los hacen caminar hasta Mauthausen. Su madre ya no tenía fuerzas, se caía al piso, no podía caminar. Sara ya no tenía más fuerzas para arrastrarla. Quedaron atrás del grupo, las guardias alemanas se enfurecían con ellas. Una le dijo a la otra “Vos arreglate con la señora que yo me llevo a la niña”. Sara sabía que iban a matar a su madre por lo que empezó a gritar “Yo no voy a dejar a mi madre, si querés podés hacer conmigo lo que quieras”. En ese momento se acerca un hombre del ejército alemán sin la SS y pregunta que estaba pasando. Les dice a las guardias que vayan a cuidar el grupo que ya estaba más adelante. El soldado alemán se acerca y le pregunta a Sara que estaba pasando por lo que ella le explica que su madre no abría los ojos, que no sabía si vivía o no.
El soldado alemán le da a Sara un jarrito y le dice que vaya a un arroyo cerca de ahí a buscar agua para su madre. Cuando vuelve le tira un poco de agua en la cara y le empieza a hablar, su madre abre los ojos y Sara le pregunta “Mamá, ¿me vas a ayudar?” y ese fue el momento cuando su madre recobró un poco de fuerzas y logró pararse para seguir caminando.
Llegaron al campo de concentración, las metieron en un galpón lleno de gente tirada, no sabían si estaban vivos o muertos. Muchos gritaban que no tomen agua, que el agua que les daban estaba envenenada.
Antes de que los alemanes invadieran Lodz, Sara había conocido un chico, Bernardo. Su padre lo contrató para que lo ayude en su taller. Bernardo tenía la misma edad que Sara. Se enamoraron. Un día estaban charlando y Bernardo le pregunta a dónde le gustaría ir cuando terminara la guerra. Por lo que Sara le dice que le gustaría irse a Palestina o Argentina. Bernardo agarra una libretita que tenía Sara y escribió una fecha en la que se encontrarían en Buenos Aires si los alemanes llegasen a Lodz; 5 del 5 del ’45.
Ya era mayo del ’45, se palpitaba el avance de los Aliados, se acercaba la fecha que había anotado Bernardo en su libretita. Los alemanes entran a los galpones preguntando quienes querían irse con ellos, que los americanos se estaban acercando. Nadie quiso. Es el 5 del 5 del ’45, los americanos llegan victoriosos a Mauthausen. Veían a todos tirados en el piso, sin fuerzas y se largan a llorar. Sara no lo podía creer, la guerra había terminado para ellos.
Sara era libre. La vida comenzó a normalizarse, ya no tenían que resolver cómo sobrevivir un día más. Desde Austria empezó a pensar en Bernardo, había rumores de que lo habían matado. Una chica viajó a Lodz a buscar a su hermana y volvió a Austria con una carta para Sara. La carta era de Bernardo y decía “te estoy esperando, si no te encuentro jamás podré casarme”.
Sara y su madre volvieron a Lodz, donde su madre consiguió un trabajo temporal. Sara fue en busca de Bernardo, luego de un tiempo, lo encontró. Estaba trabajando como investigador en Katowice. Cuando se vieron no lo podían creer, perdieron el habla de la emoción. Enamorados se casaron y al tiempo se mudaron a Berlín. Sara se convirtió en una reconocida actriz. Los judíos tenían la entrada prohibida a Argentina, pero el tío de Sara les dijo que podían entrar vía Paraguay. Meses después de vivir en Alemania, en 1948, se trasladaron a Argentina para cumplir sus sueños.
Sara y la dictadura.
Sara, su madre y Bernardo cruzaron el río Paraguay en un bote roto que casi se hunde. Eran 10 personas en total. La primera ciudad que conocieron de Argentina fue Clorinda. Llegaron con una lluvia tremenda, alguien le aviso a la policía. Fue un oficial a caballo, miró a todos mojados, quizas le dio lastima, y los llevó a su casa donde les dio de comer y un lugar seco para recomponerse. Al otro día fue un colectivo que los llevó a la cárcel de Formosa.
Ellos no hablaban español por lo que los oficiales llevaron una familia judía argentina para que traduzcan. Esa familia pagó la fianza y los liberó de la cárcel. Los llevaron a una iglesia que estaba llena de judíos que habían pasado por lo mismo que ellos. Les avisaron que los iban a mandar de vuelta a Paraguay pero no querían volver.
Le mandaron una carta a Eva Perón en polaco pidiéndole que les permitan quedarse. Eva les respondió diciendo que nos se preocuparan, que no los iban a mandar a Paraguay, que los iban a llevar a Buenos Aires.
Se asentaron en Villa Lynch en la casa del tío de Sara. Bernardo aprendió el oficio de anudador textil. Comenzaron a progresar. El 24 de julio de 1950 nació Daniel Lázaro Rus y cinco años después, Natalia, su segunda hija. Fueron años de felicidad absoluta.
El 15 de julio de 1977, Daniel tenía que ir al trabajo de su padre a retirar una telas que tenía que repartir, pero nunca apareció. Pasaban las horas y seguían sin rastros de Daniel, por lo que llamaron a la policía para saber si lo habían arrestado y a todos los hospitales por si había tenido un accidente. Hablaron con los vecinos del trabajo de Bernardo para saber si alguien había visto algo, lamentablemente si; un vecino había visto que pasó una camioneta por la cuadra y se llevaron a 16/17 personas.
La búsqueda fue exhaustiva, recorrieron todo el país, instituciones. Bernardo le escribió una carta a Jorge Rafael Videla, a Emilio Eduardo Massera y a toda la Junta Miliar. Solo respondían evadiendo el tema, decían que no conocían al “desaparecido” aunque asumían compromiso de búsqueda.
En el proceso de búsqueda del paradero de su hijo, Sara cruzó plaza de Mayo donde conoció mujeres que estaban en la misma situación que ella. Allí fue cuando se afilió y se convirtió en una Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Hasta hoy en día, su tarea consiste en perpetuar la historia y estimular la memoria.
Sara termina el relato diciendo “El dolor es algo que te queda adentro, instalado en tu cuerpo y que jamás vas a poder sacar, mas allá de todo lo que hagas y de lo feliz que puedas ser. El dolor se cura hablando, sacándolo y compartiéndolo con gente que me quiere escuchar. Conozco personas que jamás podrían contar su historia. Algunos sí pueden contarla porque sienten que sobrevivieron para eso: yo quedé víva para contar mi historia y para que jamás se repita. Quisiera que me recuerden con alegría. No quiero que haya tristeza. Porque algunos no tienen ni idea de lo que yo pasé. Mi deseo es que no haya más sufrimiento, que no haya más campos de concentración, que no haya más desaparecidos y que se hable de estas cosas para que no vuelvan a suceder. La memoria es lo que importa”.