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Era octubre, un día de primavera, los pájaros cantaban y el aroma a eucaliptos y otras flores se sentía fuertemente en el aire. La curiosidad por conocer en profundidad la historia de Argentina se había apoderado de nosotras y decidimos hacer una visita a la Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los ex centros clandestinos de detención más importantes de nuestro país que funcionó durante la dictadura y que fue cuna de delitos de lesa humanidad. 

 

Caminamos por Avenida Libertador, el sol pegaba fuerte y había una pequeña brisa. Al mirar hacia el horizonte, podíamos visualizar variedad de edificios, la mayoría muy altos. Era plena Ciudad de Buenos Aires, el corazón de la Capital Federal y en nuestra cabeza, no entraba la idea de que en medio de ese lugar, haya estado la “casa del terror” sin que nadie se diera cuenta

 

Alrededor de las 12:30 del mediodía entramos al predio, un espacio con calles asfaltadas y cuadras llenas de pasto y flores. Allí hay por lo menos cuatro garitas de vigilancia, similares en su estructura al panóptico del que hablaba Foucault, que se usaron para controlar a las personas secuestradas.

 

Tras caminar varios metros, nos encontramos con un gran edificio blanco que tiene por lo menos quince ventanas y cuyas persianas están pintadas de verde. En ese lugar funciona el Museo Sitio de Memoria de la ESMA. Al ingresar, nos dieron un folleto y nos recomendaron seguir el recorrido tal como estaba ahí, el mismo que hicieron las personas secuestradas. 

 

Este recorrido inica en el sótano, donde se sometia a los prisioneros a un interrogatorio bajo métodos de tortura. Esta parte del edificio es sombría, la humedad se ve y huele en todas las paredes, casi no entra luz si no fuera por los escasos ventiluces que allí se encuentran. En este sector hay una viga que los sobrevivientes recuerdan por los golpes que se dieron contra ella, a causa de tener los ojos vendados o producto de los empujones de los guardias. Y aunque parezca terrible, esto recién es el principio del horror. 

 

En el primer y segundo piso se encontraban los dormitorios de los oficiales, miembros de los Grupos de Tareas. Si bien los detenidos no tenían acceso a esta zona, se trasladaban constantemente entre el sótano y la capucha, mediante la escalera central, donde todavía pueden observarse marcas que dan escalofríos. 

 

En el tercer piso estaban ubicadas la pecera y la capucha. La primera era el lugar donde se llevaba a cabo el “proceso de recuperación”, que consistía en trabajar realizando tareas de mantenimiento del edificio, falsificación de documentos, tareas de inteligencia y logística, relacionadas a los intereses políticos del máximo jefe, Emilio Massera. 

 

Estructuralmente estaba compuesto por una serie de pequeñas oficinas separadas por paneles transparentes, establecidas a lo largo del pasillo central. Allí había libros robados, archivos de prensa, máquinas de escribir y un laboratorio fotográfico, que tenía una conexión con la imprenta montada en el sótano del lugar. Es decir que no solo era un centro de exterminio, si no también de trabajo forzado. Tal como declaró el sobreviviente Martín Gras en el juicio de la ESMA, quienes estaban a cargo “empiezan a descubrir que hay otras necesidades, que hay otros requisitos, y empieza el funcionamiento de la mano de obra esclava: descubren la materia gris que tienen”. 

 

En ese mismo piso, se encontraba la capucha, el lugar principal en donde tenían a los detenidos. Al ingresar, se te pone la piel de gallina y el frío empieza a correr por todo tu cuerpo porque en el aire, todavía puede sentirse el miedo de quienes estuvieron en cautiverio. En esta parte, puede verse una representación de la cucha, un espacio de 2 metros de alto y 0,7 metros de ancho, donde se ubicaban las colchonetas sobre las que permanecían los detenidos, designados con números, atados de pies y manos con grilletes, y con una capucha o un antifaz de tela. Porque no nos olvidemos que desde que pusieron un pie en este lugar, para sus captores pasaron a ser una cifra y perder humanidad

 

En este sector había una escalera que actualmente está cerrada al público, la cual conducía a la capuchita, un altillo donde los prisioneros estaban hacinados, sin aire, con estricto control y en constante recibimiento de torturas.

 

A lo largo del piso, se encuentra la Sala de Embarazadas, una habitación pequeña con una sola ventana, donde las prisioneras debían dar a luz a sus hijos, que luego serían entregados a integrantes de la fuerza. No solo a sus madres se les arrebataron los derechos sino también a ellos, desde el primer momento en que nacieron.

 

Al lado de esta sala están los baños, donde las víctimas eran denigradas, golpeadas y abusadas frecuentemente. Aunque a su vez, fue uno de los pocos lugares en donde pudieron vincularse entre ellas. Algunas preguntaban los nombres con la esperanza de salir en algún momento y poder contar quiénes estaban ahí. Sin embargo, lamentablemente la mayoría no pudo hacerlo. 

 

El recorrido de los detenidos terminaba en “El Dorado”, el área de operaciones donde se planificaban los secuestros y los “traslados”, que en realidad eran asesinatos. Las víctimas eran subidas a aviones, bajo la premisa de que serían trasladados a granjas de recuperación o a cárceles legales ubicadas en el sur del país. Pero, al subir al avión, bajo los efectos de las drogas que les inyectaban en el sótano, eran arrojados al mar, haciendo que pierdan la vida en lo que después se conoció como los “vuelos de la muerte”

 

Pasadas las 14:30hs salimos del edificio y caminamos por dentro del predio, donde hay una calle con carteles que cuentan brevemente la historia de algunos de los detenidos como por ejemplo Horacio Maggio y Verónica Freier. 

 

Luego de estar ahí, ver las marcas de las víctimas en las paredes y conocer sus historias, es imposible no sentir impotencia, Al cerrar los ojos, los días posteriores a la visita y sobre todo a la noche, sentíamos que estábamos allí, en cautiverio y que queríamos huir de ese lugar. Pero volvíamos a abrir los ojos y todo estaba bien para nosotras, aunque sabemos que todas esas personas fueron privadas de esa posibilidad. Por eso, todo esto no debe quedar en el olvido y aunque tarde mucho tiempo, debe hacerse justicia y no permitir que suceda, NUNCA MÁS

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